Por: Hilario Herrer Baeyens, Delegado de Catequesis de la diócesis de Tarazona.

El Papa Emérito, Benedicto XVI, nos convocó a toda la Iglesia a Celebrar el “Año de la Fe”. En su Carta Apostólica, nos recuerda que el motivo de esta celebración es conmemorar dos acontecimientos importantes que promovieron una gran renovación en la vida reciente de la Iglesia, los cincuenta años del comienzo de la celebración del Concilio Vaticano II y los veinte años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica (Cf.: PF. 4).
Nos invitó también a fijarnos en nuestro tiempo, marcado en nuestra cultura occidental por el secularismo, en el que se detecta una gran dificultad en la transmisión de la fe: “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”.(PF, 2)
“Guardar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a la Iglesia”, nos recordaba el Papa Juan Pablo II, y ésta fue la tarea principal que el Papa Juan XXIII había asignado al Concilio: “custodiar y explicar mejor el precioso depósito de la doctrina católica, para hacerlo más accesible a los fieles y a todos los hombres de buena voluntad”. (PF, 1)
Benedicto XVI nos ha urgido también a que este año de la fe suscite en todo creyente la “aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza” (PF, 9). Y nos ha recordado que “existe una relación profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento” (FD, 10); por ello el conocimiento de los contenidos de la fe es algo esencial para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia (Cf.: PF, 10).
Con este fin fue promulgado y ofrecido a todo el mundo en 1992 el Catecismo de la Iglesia Católica. Se trata de “un documento del Magisterio de la Iglesia que se presenta como síntesis orgánica de la fe de valor universal” (DGC, 121). Así nos lo ofreció Juan Pablo II cuando lo mostró a la luz pública, como una contribución importantísima a la obra de renovación eclesial y como “un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe” (FD, 4). Y así nos ha sido ofrecido a toda la Iglesia para “presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia” (CCE, 11).
Por ello Benedicto XVI nos invita, especialmente en este año de la fe a conocer y profundizar las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica:
“Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural”. (PF, 11-12)
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